¿Debo decírle a mi jefe que voy a opositar? Una pregunta más frecuente de lo que a priori puede parecer entre los opositores trabajadores, aquellos que sueñan con tener una plaza en cualquier ámbito del sector público. El principal miedo de los opositores que optan por mantener en silencio sus intenciones de cara al trabajo, es perder el empleo actual.
Ese es el caso de M.F, que ha preferido mantener el anonimato por este mismo motivo. Él es uno de esos opositores trabajadores. Actualmente, trabaja como profesor de FP en un colegio concertado de la provincia de Cádiz. Tras tres años en dicho puesto, es uno de los miles de opositores que se presentan a las pruebas de acceso de educación.
Tal y como nos asegura M.F, su silencio es el resultado de “un ejercicio de empatía para con el director”, ya que si él mismo fuese gerente de una empresa y tuviese la sospecha de que uno de sus empleados tiene pensado dejar la misma, su visión hacía ese empleado “se encontraría negativamente condicionada”.
Sin embargo, y como le ocurre a otros profesores de la concertada, muy pronto sus planes de futuro serán un secreto a voces. Tal y como nos explica M.F, “una vez te decides a intentar dar el salto a la pública, tu objetivo es obtener en la baremación el máximo de puntos posible para optar a una plaza lo más viablemente cercana a tu lugar de residencia”.
Aquí viene la parte en la que todo queda al descubierto. Tal y como se recoge en el BOJA del 11 de Diciembre del 2020, uno de los apartados que puntúan en ese baremo es el tiempo de servicio trabajado como docente, ya sea en centros públicos como privados. Para acreditar ese tiempo trabajado, la administración solicita un certificado. Y dicho certificado solo puede emitirlo la dirección del centro en cuestión.
“Estoy convencido de que, si no existiese este paso, habría muchos más opositores de la concertada”, asegura M.F.
Estabilidad laboral
Con respecto a sus condiciones laborales, M.F asegura que son “bastantes buenas”, pero su contrato es temporal, y desconoce cuáles serían si el colegio en el que trabaja decidiera hacerlo fijo. Esta inquietud surge porque asegura que hay “compañeros que han sido contratados anteriormente y han sufrido una inexplicable reducción de horas”. A lo que añade su sorpresa porque, según afirma, “algunos de esos compañeros han estado muy implicados en las actividades extraescolares del colegio a lo largo de los casi siete años que ha durado su contrato temporal”.
Por todo ello, el principal motivo de M.F para opositar a profesor es encontrar la estabilidad laboral y garantizarse su jubilación. A pesar de que la vocación le llegó tardía y a sus cuarenta años cuenta con cargas familiares, tiene clara su elección. Sabe que, si consigue sacarse una plaza, su destino ya no vendrá predeterminado por la selección de provincias preferidas que hizo para las bolsas extraordinarias, pero, aun así, opositar gana la balanza.
Se presenta a estas oposiciones animado por sus compañeros. “Tengo familiares y amigos que han dado el salto y no paran de decirme que haga lo mismo, que no hay color. Todos ellos han empezado impartiendo clase en la concertada y me aconsejan el cambio, aunque los primeros años sean duros y lejos de tu hogar”, insiste M.F.
Opositar, trabajar y cuidar de los niños
M.F no solo es un ejemplo de esos tantos opositores trabajadores, sino que también se encuentra entre los muchos que deben compaginar sus estudios con su jornada laboral y el cuidado de sus hijos. Sin embargo, y en contra de lo que los opositores más escépticos puedan pensar, llevarlo todo a cabo, es posible.
En ese sentido, M.F destaca la relevancia de hacerse un plan de estudios que sea realista. Para ello, recomienda “adjudicar un tiempo invariable diario o semanal a las oposiciones y lo más importante: llevarlo a cabo”. Tal y como explica, “para los pocos ratos que un padre de familia con hijos pequeños pueda tener, la eficacia y la eficiencia se convierten en dos aspectos fundamentales. Como en todo en la vida, pienso que la clave está en la constancia”.
Rutina de estudio
Con respecto a su rutina de estudio, asegura que utiliza “siempre la misma. Primero calculo el tiempo fijo al día del que dispongo para dedicarlo al propósito en cuestión. Después divido el temario correspondiente de forma objetiva entre el número de días que tengo disponibles antes de la prueba / examen. Clasifico los materiales de los que dispongo y los adjudico a las tareas o competencias que debo adquirir. Finalmente me hago un cuadrante en una hoja de cálculo en la que temporalizo qué debo estudiar o practicar cada día”.
La vocación tardía
M.F. era ingeniero técnico y ejerció dicha profesión durante más de una década. Un sector que actualmente se encuentra entre los mejor valorados en lo que ha condiciones se refiere. Sin embargo, M.F. necesitaba algo más para sentirse realmente satisfecho. La inspiración le vino bajo su propio techo: “mi esposa es maestra de infantil y cuando iba ocasionalmente a su colegio de visita, observaba con fascinación la labor humana que ella desempeñaba día a día”. Con respecto a su mujer, relata una anécdota que le cambió para siempre: “fue la vez que vino una antigua alumna a casa exclusivamente a agradecerle todo lo que le enseñó en la escuela, cuando me di cuenta de que tenía que cambiar de profesión”.
M.F. es el ejemplo de que nunca es tarde para cambiar de rumbo y pasar de ser un ingeniero de éxito a ser uno de los muchos opositores trabajadores.
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